domingo, 13 de octubre de 2013

El credo Explicado con las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica (3 parte)

Creo en el Espíritu Divino


“Creo en el Espíritu Santo”: San Pablo dice, de forma clara: “Nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’ sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12,3). El conocimiento de la fe nos viene por el Espíritu Santo, y en el Bautismo se nos da la gracia, por Jesús en el Espíritu Santo, del nuevo nacimiento en el Padre. Los portadores del Espíritu Santo somos conducidos al Verbo, Quien a su vez nos presenta al Padre, que finalmente nos concede la incorruptibilidad. Es evidente la unión inquebrantable e íntima de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. En cuanto a sus revelaciones a lo largo de la historia, San Gregorio Nacianceno dice que en el Antiguo Testamento, se nos proclama el Padre de forma clara, y al Hijo oscuramente; en el Nuevo Testamento se revela al Hijo, y se hace entrever el Espíritu Santo; ahora, es el Espíritu Santo el que adquiere el derecho de ciudadanía entre nosotros. No era prudente proclamar abiertamente la divinidad del Hijo cuando aún no se confesaba la del Padre, al igual que la del Espíritu Santo con la del Hijo. Es decir, que por avances y progresos “de gloria en gloria”, la luz de la Trinidad estalla en resplandores más espléndidos.

“Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co 2,11). Quien habló por los profetas hace oír la Palabra del Padre, no habla de sí mismo. Y es por este ocultamiento que “El mundo no puede recibirle porque no lo ve ni lo conoce” (Jn 14,17). Pero sí lo conocen los que creen en Cristo, porque él mora en ellos.

El Espíritu Santo nos viene en las Escrituras, Él las inspiró; en la Tradición, los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; en el Magisterio de la Iglesia, Él lo asiste; en la liturgia sacramental, Él nos pone en comunión con Cristo; en la oración, intercede por nosotros; en el testimonio de los santos; en los carismas y ministerios que se edifica la Iglesia; en los signos de la vida apostólica.
Veamos los símbolos del Espíritu Santo:

Agua: en el Bautismo. En nuestro primer nacimiento nos gestamos en el agua, y en el nacimiento a la vida nueva, por medio del agua se nos da el Espíritu Santo.

Unción: óleo. En la confirmación. El Mesías (que significa Ungido) y la Unción misma, que es el Espíritu Santo.
Fuego: es la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El Espíritu Santo bajó bajo el aspecto de “lenguas como de fuego” (Hch 2,3)
Nube y luz: a la Virgen el Ángel le dijo: “el Poder del Altísimo te cubrirá con su sumbra”; en la Transfiguración: “vino en una nube y cubrió con su sumbra”; en la Ascensión: una nube “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos.
Sello: es cercano a la unción. Es Cristo a quien “Dios ha marcado con su sello” (Jn 6,27)
Mano: Jesús bendice a los niños y cura a los enfermos, mediante la imposición de las manos.
Dedo“Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios” (Lc 11,20). La Ley de Dios se nos dice que fue “escrita por el dedo de Dios” (Ex 31,18).
Paloma: En el final del diluvio universal (que es símbolo del bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama en el pico, indicando que la tierra está habilitada; también luego del bautismo de Jesús, el Espíritu Santo viene como una paloma y baja y posa sobre él.


“Creo en la Santa Iglesia Católica”: La Iglesia es el “lugar donde florece el Espíritu” (San Hipólito de Roma). Es el Espíritu Santo quien dota de santidad a la Iglesia, Cristo se entregó por ella para santificarla, y la unió a sí mismo como su propio cuerpo. La Iglesia es el Pueblo santo de Dios, y sus miembros son llamados santos. Es Católica (que significa “universal” en el sentido “según la totalidad” o “según la integridad”) porque Cristo está presente en ella y porque ha sido enviada por Cristo a la totalidad del género humano.
El término Iglesia significa “convocación”, es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero y en comunidades locales, como asamblea litúrgica (eucarística sobre todo). Está prefigurada desde el origen del mundo, fue preparada en la historia de Israel y de la Antigua Alianza, se constituyó en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y llegará a su plenitud al final de los tiempos.

                  La Iglesia es la finalidad de todas las cosas: “Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia” (Clemente de Alejandría). La reunión de la Iglesia es la reacción de Dios por el caos provocado por el pecado, que destruyó la comunión de los hombres con Dios y entre sí.
La Iglesia fue instituida por Cristo, desde el anuncio de la Buena Noticia, que es la llegada del Reino de Dios, cual promesa en las Escrituras. Jesús los reúne en torno suyo, enseñándoles la manera de obrar y con oración propia (Bienaventuranzas, Padre Nuestro…), les da una estructura, citando a los Doce, a ejemplo de las 12 tribus de Israel, con el significado que son cimientos de la nueva Jerusalén, poniendo como cima a Pedro, sobre quien edificará la Iglesia. Pero es sobre todo en la Cruz (y anticipadamente en la institución de la Eucaristía) donde y cuando tiene comienzo la Iglesia, porque es en el momento que la lanza atraviesa el costado de Cristo, del cual brotó sangre y agua, cuando nace el sacramento admirable de la Iglesia.

La Iglesia es manifestada por el Espíritu Santo, ya desde un comienzo evangelizando, cuando se proponía la “convocación” de todos los hombres a la salvación. Nace la Iglesia misionera, que peregrina hasta el fin, y que llegará a su perfección en la gloria del cielo, cuando Cristo venga en su cuerpo glorioso.
La Iglesia es visible y espiritual, es una sociedad jerárquica y es también el Cuerpo místico de Cristo.


“la comunión de los santos”: Es la misma Iglesia. Formamos un solo cuerpo donde el bien de unos se comunica a otros, es decir, que existe una comunión de bienes dentro de la Iglesia, donde Cristo, que es la cabeza, comunica sus bienes a todos por medio de los sacramentos. Nos gobierna un mismo Espíritu, y todos los bienes recibidos de la Iglesia forman un fondo común.
La comunión en la fe: la fe nuestra es la fe de la Iglesia que viene de los apóstoles, y se enriquece en la medida que se comparte.

           La comunión de los sacramentos: los frutos de los sacramentos pertenecen a todos, porque son vínculos sagrados que nos unen a todos y nos ligan a Jesús, por eso es una comunión, porque nos unen a Dios, sobre todo en la Eucaristía, que lleva esta comunión a su culminación.
La comunión de los carismas: El Espíritu Santo reparte las gracias espirituales para la edificación de la Iglesia: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común.” (1 Co 12,7). 
“Todo lo tenían en común” (Hch 4,32): Todo lo que poseemos es para bien común con los demás, y debemos estar dispuestos para socorrer al necesitado y a la miseria del prójimo. El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (Véase Lc 16,1 y sigs.)

           La comunión de la caridad: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14,7). “La caridad no busca su interés” (1 Co 13,5). Todo pecado daña esta comunión, y el menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos… ya estén vivos o muertos: en los 3 estados de la Iglesia (peregrinos en la tierra; ya difuntos y purificándose; ya glorificados), todos participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo, y cantamos el mismo himno de alabanza a Dios. Todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él. No se interrumpe la unión, al contrario, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales. Los santos interceden por nosotros, ya que están más íntimamente unidos con Cristo, y consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad: presentan por medio de Cristo los méritos que adquirieron en tierra. Decían dos grandes santos: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida” (Santo Domingo);“Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresita).

            La comunión con los santos no es solo tomarlos como modelos nuestros, sino que nos unen a Cristo. En cuanto a la comunión con los difuntos, nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino hacer eficaz su intercesión a favor nuestro.
La comunión de los santos tiene dos significados, la comunión en las cosas santas (viene de “sancta”) y la comunión entre las personas santas (de “sancti”).

“El perdón de los pecados”: Al dar el Espíritu Santo, Jesús dio el poder divino de perdonar los pecados: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y retenidos a quienes se los retengan.” (Jn 20,22-23).

El Bautismo es el primero y principal de los sacramentos del perdón de los pecados, porque nos une a Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, para que “vivamos también una vida nueva” (Rm 6,4). En el Bautismo el perdón recibido es pleno y completo, no queda nada por borrar, aunque no nos libra de las debilidades de la propia naturaleza.
Pero el Bautismo no es el único medio para perdonar, era necesario que la Iglesia fuera capaz de perdonar a todos, incluso hasta en el último momento de vida… es por eso que existe el sacramento de la Confesión, para que los ya bautizados puedan recibir el perdón. Y esto se logra, porque la Iglesia recibió las llaves del Reino de los Cielos, para que se realice en ella la remisión de los pecados, por la sangre de Cristo y por la acción del Espíritu Santo. No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar.

Dice San Juan Crisóstomo: “Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni arcángeles… Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo”.
Dice San Agustín: “Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don”.



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