Aprovechando la oportunidad que nos dan los hermanos de NEWS.VA os ofrecemos esta preciosa oración que el Papa Francisco le dice a MAría, nuestra Madre y Señora en este año de la fe.
Está tomado de la dirección siguiente, y como siempre, de ellos son los méritos.
http://www.news.va/es/news/oracion-mariana-con-ocasion-del-ano-de-la-fe-12-de
En este encuentro del
Año de la fe dedicado a María, Madre de
Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda
a sentir su presencia entre nosotros. Hay una realidad: María siempre nos lleva
a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. Podemos preguntarnos: ¿Cómo
es la fe de María?
1. El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del
pecado (cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm.,
Lumen gentium, 56).
¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una
expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo
desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo
desató la Virgen María por su fe» (Adversus Haereses, III, 22, 4).
El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un
niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño
«nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace,
especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la
mamá o del papá. Ustedes saben cuántas veces pasa esto. Entonces, la relación
con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón
para que haya de nuevo armonía y confianza. Algo parecido ocurre en nuestras
relaciones con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos
actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado
–, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Y estos nudos nos quitan la
paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en
una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.
Pero para la misericordia de Dios – lo sabemos – nada es imposible.
Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su
«sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua
desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para
que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. Todos
nosotros tenemos alguno, y podemos preguntarnos en nuestro corazón: ¿Cuáles son
los nudos que hay en mi vida? «Padre, los míos no se puede desatar». Pero eso es
un error. Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia se
pueden deshacer. ¿Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia
de Dios para deshacerlos, para cambiar? Ella, mujer de fe, sin duda nos dirá:
«Vete adelante, ve donde el Señor: Él comprende». Y ella nos lleva de la mano,
Madre, Madre, hacia el abrazo del Padre, del Padre de la misericordia.
2. Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice
el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del
Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo»
(Const. dogm., Lumen gentium, 63). Este es un punto sobre el que los
Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe,
y después en la carne, cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha
dirigido mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido
hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre
consentimiento de María, a través de su «sí». Le ha preguntado: «¿Estás
dispuesta a esto? Y ella ha dicho: «sí».
Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos
sucede a nosotros en el plano espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con
corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera
carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en
aquellos que le aman y cumplen su Palabra. No es fácil entender esto, pero, sí,
es fácil sentirlo en el corazón.
¿Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no
nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne,
con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio
de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños
y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros
brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor;
nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre
todo, nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios.
Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y, así, somos los
instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros.
3. Y el último elemento es la fe de María como camino: El Concilio
afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (ibíd., 58). Por
eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña, nos sostiene.
¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que
toda su vida fue un seguir a su Hijo: él –Jesús– es la vía, él es el camino.
Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es
sino seguir a Jesús; escucharlo, y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se
comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos
y actitudes. Y, ¿cuáles son los sentimientos y actitudes de Jesús?: Humildad,
misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la
doblez, de la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final,
hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz. Por eso, el camino de la
fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando
Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más
pesada, cuando Jesús fue rechazado: María siempre estaba con Jesús, seguía a
Jesús mezclada con el pueblo, y oía sus chácharas, la odiosidad de aquellos que
no querían a Jesús. Y esta cruz, ella la ha llevado. La fe de María afrontó
entonces la incomprensión y el desprecio. Cuando llegó la «hora» de Jesús, esto
es, la hora de la pasión, la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en
la noche, esa lamparilla en plena noche. María veló durante la noche del sábado
santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la
Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su
corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y
resurrección de Jesucristo. Porque la fe siempre nos lleva a la alegría, y ella
es la Madre de la alegría. Que ella nos enseñe a caminar por este camino de la
alegría y a vivir esta alegría. Este es el punto culminante –esta alegría, este
encuentro entre Jesús y María–, pero imaginemos cómo fue... Este encuentro es el
punto culminante del camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es
nuestra fe? ¿La tenemos encendida, como María, también en los momentos difíciles,
los momentos de oscuridad? ¿He sentido la alegría de la fe?
Esta tarde, Madre, te damos gracias por tu fe de mujer fuerte y humilde;
y renovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe. Amén.
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