lunes, 29 de julio de 2013

María se llevó la mejor parte... sintiendo con la Iglesia

Antes de celebra la misa en Aparecida, el Papa oró así a Nuestra Señora: 


Madre Aparecida, tal como vos un día, 
así hoy me siento yo delante de ti y de mi Dios, 
que nos propone para la vida una misión 
cuyos contornos y límites desconocemos, 
cuyas exigencias apenas vislumbramos. 

Pero en nuestra fe de que para Dios nada es imposible, 
tú, Madre, no dudaste y yo tampoco puedo dudar. 
'He aquí la sierva del Señor, 
hágase en mí según tu palabra’, 
de igual manera Madre, como tú, 
yo abrazo mi misión, 
coloco mi vida en vuestras manos, 
para que vayamos tú, Madre y tu Hijo, 
a caminar juntos, creer juntos, 
luchar juntos, vencer como siempre juntos; 
caminantes, tú y tu Hijo. 

‘Mujer he aquí a tu hijo, 
hijo he aquí a tu Madre’. 
Madre Aparecida, un día llevaste a tu Hijo 
al templo para consagrarlo al Padre, 
para que fuese completamente 
disponible para la misión, llévame al mismo Padre, conságrame a Él con todo lo que soy 
y con todo lo que tengo, 
aquí estoy, envíame. 

Madre de Aparecida, pongo en vuestras manos, 
para que la eleves ante el Padre, 
a nuestra juventud, vuestra juventud, 
la Jornada Mundial de la Juventud, 
cuánta fuerza, cuánta vida, 
cuánto dinamismo que brota y explota 
y que puede estar al servicio 
de la vida de la humanidad. 

Padre, acoge y santifica a tu juventud. 
Finalmente Madre, te pedimos permanecer 
aquí siempre, acogiendo a vuestros hijos 
y a vuestras hijas peregrinos, 
pero también ven con nosotros, 
estate siempre a nuestro lado 
y acompaña nuestra misión, 
a la familia grande de los devotos, 
principalmente cuanto más nos pesa la cruz 
sustenta nuestra esperanza 
y nuestra fe, sé fiel hasta la muerte 
y te daré la corona de la vida. Amén". 



Pero al final de la Misa volvió otra vez a mirar a María, y le dirigió estas palabras.... 


“Oh María Santísima 
De los méritos de nuestro Señor Jesucristo 
en tu querida imagen de Aparecida, 
alcanza numerosos beneficios sobre todo a Brasil. 

Yo, aunque indigno de pertenecer 
al número de tus hijos e hijas, 
pero lleno de deseo de participar 
de los beneficios de tu misericordia, 
postrado a tus pies consagro mi entendimiento 
para que siempre pienses 
en el amor que mereces. 

Te consagro mi lengua 
para que siempre te alabe 
y propague tu devoción. 

Te consagro mi corazón 
para que, después de Dios, 
te ame sobre todas las cosas. 

Recíbeme, Oh Reina incomparable. 
Tú, que en Cristo crucificado 
eres nuestra Madre en el dichoso número 
de tus hijos e hijas, recíbeme bajo tu protección. 

Socórreme en todas mis necesidades espirituales 
y temporales, sobre todo en la hora de mi muerte. 

Bendíceme oh celestial cooperadora; 
y con tu poderosa intercesión, 
fortaléceme en mi flaqueza 
a fin de que te sirva fielmente 
en esta vida y después pueda alabarte, 
amarte y darte gracias 
en el cielo por toda la eternidad”. 

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