En mis tiempos de seminario, se nos insistía en una verdad fundamental, lo que se cree es lo que se ora y se celebra, según eso, se vive lo que se cree....
Como estamos en el Año de la FE, y hemos tenido una formación sobre el tema de la fe del Cofrade, me ha parecido oportuno, a indicación de un hermano, que lo añada al Blog.
Y de qué se trata: de creer aquello que luego vamos a celebrar y confesar mediante una vida moral movida por la fe y el Espíritu de Cristo.
Por eso os dejo el Credo del Pueblo de Dios que Pablo VI confesó al finalizar el Año de la Fe, el 30 de Junio, festividad de los Apóstoles Pedro y Pablo de 1968
Credo de Pablo VI
Pablo VI
El Credo Del Pueblo
De Dios
Discurso
y Profesión de Fe en la Clausura del Año de la Fe
30 -
junio - 1968
Introducción
Venerados hermanos y amados hijos:
Terminamos con esa liturgia solemne la
celebración del XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo y concluimos también el "Año
de la Fe": lo habíamos dedicado a la conmemoración
de los santos Apóstoles para testimoniar nuestra voluntad inquebrantable de
fidelidad al depósito de la fe (1) que ellos
nos transmitieron y para fortificar nuestro deseo de vivirlo en la coyuntura
histórica en que se encuentra la Iglesia, peregrina
en medio del mundo.
Sentimos el deber de manifestar públicamente
nuestra gratitud a todos aquellos que han respondido a nuestra invitación, confiriendo al "Año de la Fe"
una magnífica palabra de Dios, con la renovación en las diversas comunidades de la profesión de fe y con el
testimonio de una vida cristiana. A nuestros hermanos en el Episcopado, de una manera especial, y a todos los
fieles de la santa
Iglesia católica, les expresamos nuestro reconocimiento y les damos nuestra bendición. Nos parece también que debemos cumplir el mandato confiado
por Cristo a Pedro, del que somos sucesor,
aunque el único en méritos, de confirmar en la fe a nuestros hermanos (2).
Conscientes, ciertamente, de nuestra debilidad
humana, pero con toda la fuerza que tal mandato imprime a nuestro espíritu, vamos a hacer una profesión de fe, a pronunciar
un credo que, sin ser una definición dogmática propiamente
dicha, recoge en sustancia, y en algún aspecto desarrollado en consonancia con
la condición espiritual de nuestro tiempo, el
credo de Nicea, el credo de la inmortal Tradición de la Santa Iglesia de
Dios.
Crisis de Fe
Al hacerlo somos conscientes de la inquietud
que agita en relación con la fe ciertos ambientes modernos,
los cuales no se sustraen a la influencia de un mundo en profunda mutación en
el que tantas cosas ciertas se impugnan o
discuten. Nos vemos que aún algunos católicos se dejan llevar de una especie
de pasión por el cambio y la novedad. La Iglesia ,
ciertamente, tiene siempre el deber de continuar su esfuerzo para profundizar y presentar, de una manera cada
vez más adaptada a las generaciones que se suceden,
los insondables misterios de Dios, ricos para todos de frutos de salvación.
Pero es preciso al mismo tiempo tener el mayor
cuidado, al cumplir el deber indispensable de búsqueda, de no atentar a las
enseñanzas de la doctrina cristiana. Porque esto
sería entonces originar, como se ve desgraciadamente hoy en día, turbación y perplejidad en muchas almas fieles.
Conviene a este propósito recordar que, por
encima de lo observable, científicamente comprobado, la inteligencia que Dios nos ha dado alcanza "lo que
es", y no solamente la expresión subjetiva de las estructuras y de la evolución de la conciencia; y por otra
parte, que la incumbencia de la interpretación - de la hermenéutica - es tratar de comprender y de desentrañar, con
respecto a la palabra pronunciada, el sentido
propio de un texto, y en ningún modo crear este sentido de nuevo a merced de
hipótesis arbitrarias.
Pero, por encima de todo, Nos ponemos nuestra
inquebrantable confianza en el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, y en la fe teologal, sobre la que descansa
la vida del Cuerpo Místico. Sabemos que las almas esperan la palabra del Vicario de Cristo y Nos respondemos
a esta expectativa con las instrucciones que normalmente
damos. Pero hoy tenemos la oportunidad de pronunciar una palabra más solemne.
En este día elegido para clausurar el Año de
la Fe, en esta fiesta de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo, hemos querido ofrecer al Dios vivo el homenaje de una
profesión de fe. Y como en otro tiempo en Cesarea
de Filipo el apóstol Pedro tomó la palabra en nombre de los Doce para proclamar
verdaderamente, por encima de las opiniones
humanas, a Cristo, hijo del Dios vivo, así hoy su humilde sucesor, Pastor de
la Iglesia universal, levanta su voz rindiendo, en
nombre de todo el pueblo de Dios, su firme testimonio a la verdad divina confiada a la Iglesia para que ella la
anuncie a todas las naciones.
Nos hemos querido que nuestra profesión de fe
fuera bastante completa y explícita a fin de responder de una manera apropiada a la necesidad de luz que
experimentan tantas almas fieles y todos aquellos que en el mundo, a cualquier familia espiritual que
pertenezcan, están buscando la
verdad. A gloria del Dios tres
veces Santo y de Nuestro Señor Jesucristo, confiando en la ayuda de la Santísima Virgen María
y de los bienaventurados apóstoles Pedro y
Pablo, para utilidad y edificación de la Iglesia, en nombre de todos los Pastores y de todos los fieles Nos pronunciamos ahora
esta profesión de fe, en plena comunión espiritual
con todos vosotros, queridos hermanos e hijos.
Profesión de
Fe
Creemos en un solo Dios
Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, creador de las cosas visibles como en este mundo en
el que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los
espíritus puros que reciben también el nombre de ángeles (3) y creador en cada hombre
de su alma espiritual e inmortal. Creemos que este Dios único es
absolutamente uno en su esencia, infinitamente santo al igual que en todas sus
perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en
su voluntad y en su amor.
Ser y Amor
El es "el que es", como lo ha revelado a Moisés
(4), y "El es Amor", como el apóstol Juan nos lo enseña
(5), de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la
misma realidad divina de Aquél que ha querido darse a conocer a nosotros y que,
"habitando en una luz inaccesible" (6) está en sí mismo por
encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada.
Padre, Hijo y Espíritu Santo
Solamente Dios nos puede dar ese conocimiento justo y pleno revelándose como
Padre, Hijo y Espíritu Santo, de cuya vida eterna estamos llamados
por gracia a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y más allá de
la
muerte en la luz eterna. Los lazos mutuos que constituyen eternamente las Tres
Personas, siendo cada una el solo y el mismo ser divino, son la bienaventurada vida
íntima del Dios tres veces santo, infinitamente superior a lo que
podemos concebir con la capacidad humana (7). Damos con todo gracias a la bondad
divina por el hecho de que gran número de creyentes puedan atestiguar juntamente
con nosotros delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el
Misterio de la
Santísima Trinidad. Creemos , pues, en el Padre que
engendra al Hijo desde la eternidad; en el Hijo Verbo de Dios, que es eternamente
engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del Padre y del
Hijo, como eterno amor de ellos. De este modo en las Tres Personas divinas,
"coaeternae sibi et coaequales" (8) sobreabundan y se consuman
en la eminencia y la gloria, propia del Ser incredo, la vida y la bienaventuranza
de Dios perfectamente uno, y siempre "se debe venerar la Unidad en la
Trinidad y la Trinidad en la Unidad" (9).
Creemos en Jesucristo
Creemos en nuestro Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios. El es
el Verbo eternal, nacido del Padre antes de todos los siglos y
consustancial al Padre, "homoousios to Patri" (10) y por quien todo
ha sido hecho. Se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y se
hizo hombre: igual por tanto al Padre, según la divinidad, inferior al Padre, según la
humanidad (11), y uno en sí mismo, no por una imposible confusión de las
naturalezas, sino por la unidad de la persona (12).
Habitó entre nosotros
Habitó entre nosotros, con plenitud de gracia y de verdad. Anunció
e instauró el reino de Dios y nos hizo conocer en El al Padre. Nos
dio un mandamiento nuevo: amarnos los unos a los otros como El nos ha amado.
Nos enseñó el camino de las bienaventuranzas del Evangelio: la pobreza de
espíritu, la mansedumbre, el dolor soportado con paciencia, la sed de justicia,
la misericordia, la pureza de corazón, la voluntad de paz, la persecución,
soportada por la
justicia. Padeció en tiempos de Poncio Pilato, como Cordero
de Dios, que lleva sobre sí los pecados del mundo, y murió por nosotros en la
Cruz, salvándonos con su sangre redentora. Fue sepultado y por su propio poder
resucitó al tercer día, elevándonos por su Resurrección a la participación
de la vida divina que es la vida de la gracia. Subió al Cielo y vendrá de nuevo
esta vez con gloria para juzgar a vivos y muertos, a cada uno según sus
méritos: quienes correspondieron al amor y a la piedad de Dios irán a la vida
eterna; quienes lo rechazaron hasta el fin, al fuego inextinguible.
Y
su reino no tendrá fin.
Creemos en el Espíritu Santo
Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y da la vida, que con
el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. El nos ha
hablado por los profetas y ha sido enviado a nosotros por Cristo después de
su
Resurrección y su Ascensión al Padre; El ilumina, vivifica, protege y guía la
Iglesia, purificando sus miembros si éstos no se sustraen a la gracia. Su acción, que
penetra hasta lo más íntimo del alma, tiene el poder de hacer al hombre
capaz de corresponder a la llamada de Jesús: "Sed perfectos como vuestro
Padre
celestial es perfecto" (Mt., 5,48).
Creemos que María es la Madre
Siempre Virgen, del Verbo Encarnado
Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo
Encarnado, nuestro Dios y Salvador Jesucristo (13) y que en virtud
de esta elección singular, Ella ha sido, en atención a los méritos de su Hijo,
redimida
de modo eminente (14), preservada de toda mancha de pecado original (15) y
colmada del don de la gracia más que todas las demás criaturas (16).
Asociada por un vínculo estrecho e indisoluble a los Misterios de
la Encarnación y de la Redención (17), la Santísima Virgen ,
la Inmaculada, ha sido elevada al final de su vida terrena en cuerpo y alma a
la gloria celestial (18) y configurada con su Hijo resucitado en la
anticipación del destino futuro de todos los justos. Creemos que la Santísima Madre de
Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia (19) continúa en el Cielo su misión
maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al
desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos (20).
El Pecado Original
Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la
falta original cometida por él hizo caer a la naturaleza humana,
común a todos los hombres, en un estado en que experimenta las consecuencias
de esta falta y que no es aquel en el que se hallaba la naturaleza al principio
en nuestros padres, creados en santidad y justicia y en el que el hombre no
conocía ni el mal ni la
muerte. Esta naturaleza humana caída, despojada de la
vestidura de la gracia, herida en sus propias fuerzas naturales y sometida
al imperio de la muerte se transmite a todos los hombres y en este sentido todo
hombre nace en pecado.
Sostenemos pues con el Concilio de Trento que el pecado original
se transmite con la naturaleza humana, "no por imitación, sino por
propagación", y por tanto "es propio de cada uno" (21) Creemos
que Nuestro Señor Jesucristo, por el Sacrificio de la Cruz nos rescató
del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por
cada uno de nosotros, de modo que, según afirma el Apóstol, "donde había
abundado el pecado, sobreabundó la gracia" (22).
Creemos en un solo Bautismo
Creemos en un solo
Bautismo, instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. El
Bautismo se debe administrar también a los niños que todavía no son
culpables de pecados personales, para que, naciendo privados de la gracia
sobrenatural,
renazcan "del agua, y del Espíritu Santo a la vida en Cristo Jesús"
(23).
Creemos en la Iglesia
Creemos en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica,
edificada por Jesucristo sobre la piedra que es Pedro. Ella es el
Cuerpo Místico de Cristo, al mismo tiempo sociedad visible, instituida con
organismos
jerárquicos, y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre, el pueblo de Dios
peregrino aquí abajo y la Iglesia colmada de bienes celestiales, el germen y las
primicias del Reino de Dios, por el que se continúa a lo largo de la
historia de la humanidad la obra y los dolores de la Redención y que tiende a
su realización perfecta más allá del tiempo en la gloria (24). En el
correr de los siglos Jesús, Señor, va formando su Iglesia por los
sacramentos, que emanan de su plenitud (25). Por ellos hace participar a sus
miembros
en los misterios de la Muerte y de la Resurrección de Cristo, en la gracia del
Espíritu Santo, fuente de vida y de actividad (26). Ella es, pues, santa, aun
albergando en su seno a los pecadores, porque no tiene otra vida que la
de la gracia: es, viviendo esta vida, como sus miembros se santifican; y es
sustrayéndose
a esta misma vida, como caen en el pecado y en los desórdenes que obstaculizan
la irradiación de su santidad. Y es por esto que la Iglesia sufre y
hace penitencia por tales faltas que ella tiene el poder de curar en sus
hijos en virtud de la Sangre de Cristo y el Don del Espíritu Santo. Heredera
de las promesas divinas e hija de Abraham, según el Espíritu, por este Israel
cuyas Escrituras guarda con amor y cuyos patriarcas y profetas venera;
fundada sobre los apóstoles y transmitiendo de generación en generación su
palabra siempre viva y sus poderes de pastores en el sucesor
de Pedro y los obispos en comunión con él; asistida perennemente por el
Espíritu Santo, tiene el encargo de guardar, enseñar, explicar y difundir la verdad que
Dios ha revelado de una manera todavía velada por los profetas y
plenamente por Cristo Jesús.
El Magisterio Infalible
Creemos todo lo que está contenido en la palabra
de
Dios escrita o transmitida y que la Iglesia propone para creer, como
divinamente revelado, sea por una definición solemne, sea por el
magisterio ordinario y universal (27). Creemos en la infabilidad de que goza
el
sucesor de Pedro, cuando enseña "ex cathedra" como Pastor y Maestro
de todos los fieles (28), y de la que está asistido también el
cuerpo de los obispos cuando ejerce el magisterio supremo en unión con él
(29).
Unidad de la Iglesia
Creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es
indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la
comunión jerárquica. Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos
y la legítima diversidad de patrimonios teológicos y espirituales, y de
disciplinas particulares, lejos de perjudicar a su unidad, la
manifiesta ventajosamente (30).
Ecumenismo
Reconociendo también, fuera del organismo de la Iglesia de Cristo,
la existencia de numerosos elementos de verdad y de santificación que le
pertenecen en propiedad y que tienden a la unidad católica (31), y
creyendo en la acción del Espíritu Santo que suscita en el corazón de los
discípulos de Cristo el amor a esta unidad (32), Nos abrigamos la esperanza de que los
cristianos que no están todavía en plena comunión con la Iglesia única se
reunirán un día en un solo rebaño, con un solo Pastor.
Creemos que la Iglesia es necesaria para salvarse
Creemos que la Iglesia es necesaria para salvarse, porque Cristo,
el solo Mediador y Camino de salvación, se hace presente para nosotros en
su Cuerpo que es la Iglesia (33). Pero el designio divino de la salvación
abarca a todos los hombres; y los que sin culpa por su parte ignoran el
Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sinceridad y, bajo el influjo de
la gracia, se esfuerzan por cumplir su voluntad conocida mediante la voz
de la conciencia, éstos, cuyo número sólo Dios conoce, pueden obtener
la salvación (34).
Presencia Verdadera, Real y Sustancial
de Cristo en la Eucaristía
Creemos que la misa celebrada por el sacerdote, representante de
la persona de Cristo, en virtud del poder recibido por el sacramento
del Orden, y ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo
místico, es el Sacrificio del Calvario, hecho presente sacramentalmente en
nuestros altares. Creemos que del mismo modo que el pan y el vino consagrado por el
Señor en la santa Cena
se convirtieron en su Cuerpo y en su Sangre, que iban a ser ofrecidos
por nosotros en la Cruz, así también el pan y el vino consagrados por el
sacerdote se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo glorioso, sentado
en el Cielo, y creemos que la misteriosa presencia del Señor, bajo lo que sigue
apareciendo a nuestros sentidos igual que antes, es una presencia verdadera,
real y sustancial (35).
Transubstanciación
Cristo no puede estar así presente en este Sacramento más que por
la conversión de la realidad misma del pan en su Cuerpo y por la
conversión de la realidad misma del vino en su Sangre, quedando solamente
inmutadas
las propiedades del pan y del vino, percibidas por nuestros sentidos. Este
cambio misterioso es llamado por la Iglesia, de una manera muy apropiada,
"transustanciación". Toda explicación teológica que intente
buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener para estar de
acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de
nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración,
de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están
desde ese momento realmente delante de nosotros, bajo las especies
sacramentales del pan y del vino (36), como el Señor ha querido, para darse a
nosotros en alimento y para asociarnos en la unidad de su Cuerpo Místico
(37).
La existencia única e indivisible del Señor en el cielo no se
multiplica sino que se hace presente por el Sacramento en los numerosos
lugares de la tierra donde se celebra la misa. Y sigue presente, después del sacrificio,
en el Santísimo Sacramento que está en el tabernáculo, corazón viviente de cada
una de nuestras iglesias. Es para nosotros un dulcísimo deber honrar y
adorar en la Santa Hostia
que ven nuestros ojos al Verbo Encarnado a quien no pueden ver y que sin abandonar
el Cielo se ha hecho presente ante nosotros.
La Iglesia y el Mundo
Confesamos que el Reino de Dios iniciado aquí abajo en la Iglesia
de Cristo no es de este mundo, cuya figura pasa, y que su crecimiento
propio no puede confundirse con el progreso de la civilización, de la ciencia o
de la técnica humana, sino que consiste en conocer cada vez más profundamente
las riquezas insondables de Cristo, en esperar cada vez con más fuerza los
bienes eternos, en corresponder cada vez más ardientemente al amor de
Dios, en dispensar cada vez más abundantemente la gracia y la santidad entre los
hombres.
Es este mismo amor el que impulsa a la Iglesia a preocuparse
constantemente del verdadero bien temporal de los hombres. Sin
cesar de recordar a sus hijos que ellos no tienen una morada permanente en
este
mundo, los alienta también en conformidad con la vocación y los medios de cada
uno, a contribuir al bien de su ciudad terrenal, a promover la justicia, la paz, y la
fraternidad entre los hombres, a prodigar ayuda a sus hermanos, en
particular a los más pobres y desgraciados. La intensa solicitud de la Iglesia,
Esposa
de Cristo, por las necesidades de los hombres, por sus alegrías y esperanzas,
por sus penas y esfuerzos, nace del gran deseo que tiene de estar presente entre
ellos para iluminarlos con la luz de Cristo y juntar a todos en El, su único
Salvador. Pero esta actitud nunca podrá comportar que la Iglesia se conforme
con las cosas de este mundo ni que disminuya el ardor de la espera de su Señor
y del Reino eterno.
Creemos en la Vida Eterna el Mundo
Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de cuantos mueren
en la gracia de Cristo, ya las que todavía deben ser purificadas en el
Purgatorio, ya las que desde el instante en que dejan los cuerpos por Jesús
son llevadas al Paraíso como hizo con el Buen Ladrón, constituyen el pueblo de
Dios más allá de la muerte, la cual será definitivamente vencida en el día de la
Resurrección cuando esas almas se unirán de nuevo a sus cuerpos.
Creemos que la multitud de aquellos que se encuentran reunidos en
torno a Jesús y a María en el Paraíso forman la Iglesia del Cielo donde, en
eterna bienaventuranza, ven a Dios tal como es (38) y donde se
encuentran asociadas en grados diversos, con los santos ángeles al gobierno
divino ejercido por Cristo en la gloria, intercediendo por nosotros y
ayudando nuestra flaqueza mediante su solicitud fraternal (39). Creemos
en la comunión de todos los fieles de Cristo, de los que aún peregrinan en la
tierra, de los difuntos que cumplen su purificación, de los bienaventurados del
Cielo, formando todos juntos una sola Iglesia; y creemos que en esta
comunión el amor misericordioso de Dios y de los santos escucha siempre nuestras
plegarias, como el mismo Jesús nos ha dicho: pedid y recibiréis (40). De esta
forma, con esta fe y esperanza, esperamos la resurrección de los muertos y la vida
del mundo futuro.
¡Bendito sea Dios, tres veces santo! Amén.
Desde la Basílica Vaticana ,
30 de junio de 1968.
Paulus PP. VI
Notas
(1) Cf. 1
Tim., 6,20.
(2) Cf.
Luc., 22,32.
(3) Cf.
"Dz. Sch." 3002.
(4) Cf. Ex.,
3,14.
(5) Cf. 1
Jn., 4,8.
(6) 1 Tim.,
6,16.
(7) Cf.
"Dz. Sch." 804.
(8)
"Dz. Sch." 75.
(9)
"Dz. Sch." 75.
(10)
"Dz. Sch." 150.
(11) Cf.
"Dz. Sch." 76.
(12) Cf.
:Dz. Sch." 76.
(13) Cf.
"Dz. Sch." 251-252.
(14) Cf.
"Lumen Gentium" 53.
(15) Cf.
"Dz. Sch." 2803.
(16) Cf.
"Lumen Gentium" 53.
(17) Cf.
"Lumen Gentium" 53, 58, 61.
(18) Cf.
"Dz. Sch." 3903.
(19) Cf. "Lumen
Gentium" 53, 56, 61, 63; Pablo VI, "Aloc. en la clausura de la III Sección del
Concilio
Vat. II": AAS LVI (1964 1016); Exhort. Apost. "Signum Magnum",
Introd.
(20) Cf.
"Lumen Gentium" 62; Pablo VI, Exhort. Apost. "Signum Magnum", P. 1, n. 1.
(21)
Cf. "Dz. Sch." 1513.
(22)
Cf. Rom. ,
5,20.
(23)
Cf. "Dz. Sch." 1514.
(24) Cf.
"Lumen Gentium" 8 y 5.
(25)
Cf. "Lumen Gentium" 7.11.
(26)
Cf. "Sacrosanctum Concilium" 5,6; "Lumen Gentium" 7, 12,
50.
(27)
Cf. "Dz. Sch." 3011.
(28) Cf.
"Dz. Sch." 3074.
(29) Cf.
"Lumen Gentium" 25.
(30) Cf.
"Lumen Gentium" 23; "Orientalium Ecclesiarum" 2, 3, 5,
6.(31) Cf. "Lumen Gentium" 8.
(32) Cf.
"Lumen Gentium" 15.
(33) Cf.
"Lumen Gentium" 14.
(34) Cf.
"Lumen Gentium" 16.
(35) Cf.
"Dz. Sch." 1651.
(36) Cf.
"Dz. Sch." 1642, 1651-1654; Pablo VI, Enc. "Mysterium Fidei".
(37)
Cf. S. Th., III, 73,3.
(38) Cf. 1
Jn., 3,2; "Dz. Sch." 1000.
(39) Cf.
"Lumen Gentium" 49.
(40) Cf.
Luc. 10,9-10; Jn., 16,24.
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