jueves, 31 de octubre de 2013

Un Decálogo para los Santos y los Fieles Difuntos ... que por cierto ambos viven en la Presencia del Señor aunque de modo distinto...

¿Qué son los Días de los Santos (1 noviembre) y de los fieles Difuntos (2 noviembre)? 
por Jesús de las Heras Muela

El decálogo del Día de Todos los Santos (1 Noviembre)
Diez ideas breves, sencillas y claves sobre el sentido y necesidad de la solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre)

El 1 de noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos, que prevalece sobre el domingo. Se trata de un popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos.

1.- El día de Todos los Santos cuenta un milenio de popular y sentida historia y tradición en la vida de la Iglesia. Fueron los monjes benedictinos de Cluny quienes expandieron esta festividad,

2.- En este día celebramos a todos aquellos cristianos que ya gozan de la visión de Dios, que ya están en el cielo, hayan sido o no declarados santos o beatos por la Iglesia. De ahí, su nombre: el día de Todos los Santos.

3.-  Santo es aquel cristiano que, concluida su existencia terrena, está ya en la presencia de Dios, ha recibido –con palabras de San Pablo- “la corona de la gloria que no se marchita”.

4.- El santo, los santos son siempre reflejos de la gloria y de la santidad de Dios. Son modelos para la vida de los cristianos e intercesores de modo que a los santos se pide su ayuda y su intercesión. Son así dignos y merecedores de culto de veneración.

5.- El día de Todos los Santos incluye en su celebración y contenido a los santos populares y conocidos, extraordinarios cristianos a quienes la Iglesia dedica en especial un día al año.

6.- Pero el día de Todos los Santos es, sobre todo, el día de los santos anónimos, tantos de ellos miembros de nuestras familias, lugares y comunidades.

7.- El día de Todos los Santos es igualmente una oportunidad para recordar la llamada universal a la santidad presente en todos los cristianos desde el bautismo. Es ocasión para hacer realidad en nosotros la llamada del Señor a que seamos perfectos- santos- como Dios, nuestro Padre celestial, es perfecto, es santo.
Se trata de una llamada apremiante a que vivamos todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de consagración y de servicio. En este tema insistió mucho el Concilio Vaticano II. El capítulo V de su Constitución dogmática “Lumen Gentium” lleva por título “Universal vocación a la santidad en la Iglesia”.
Y es que la santidad no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy celebramos.

8.- La santidad cristiana consiste en vivir y cumplir los mandamientos.  “El santo no es un ángel, es hombre en carne y hueso que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que es más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar”. (Canción de Cesáreo Gabaraín).
”El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo”. (Benedicto XVI)

9.- La santidad se gana, se logra, se consigue, con la ayuda de la gracia, en tierra, en el quehacer y el compromiso de cada día, en el amor, en el servicio y en el perdón cotidianos. “El afán de cada día labra y vislumbra el rostro de la eternidad”, escribió certera y hermosamente Karl Rhaner. El cielo, sí, no puede esperar. Pero el cielo –la santidad- solo se gana en la tierra.

10.- Por fin, el día de Todos los Santos nos habla de que la vida humana no termina con la muerte sino que abre a la luminosa vida de eternidad con Dios. El día de Todos los Santos es la catequesis y celebración de los misterios de nuestra fe relativos al final de la vida, los llamados “novísimos”: muerte, juicio, eternidad.

Y por ello, al día siguiente a la fiesta de Todos los Santos,  el 2 de noviembre, celebramos, conmemoramos a los difuntos. Es día de oración y de recuerdo hacia ellos. Es día para saber vivir la vida según el plan de Dios. Es día, como el día, en el que la piedad de nuestro pueblo fiel visita los cementerios. Todo el mes de noviembre está dedicado especialmente a los difuntos y a las ánimas del Purgatorio.


El decálogo del día de los difuntos (2 de noviembre)

Recuerdo, oración, gratitud, esperanza y sabiduría son las claves para vivir cristianamente esta jornada

El 2 de noviembre es el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Nuestros cementerios y, sobre todo, nuestro recuerdo y nuestro corazón se llenan de la memoria, de la oración ofrenda agradecidas y emocionadas a nuestros familiares y amigos difuntos.

1.- El origen y expansión de esta conmemoración litúrgica es obra, al igual que sucede con la solemnidad del día de Todos los Santos, del celo y de la intuición pastoral de los monjes benedictinos de Cluny hace un milenio.

2.- La conmemoración litúrgica de los fieles difuntos es complementaria de la solemnidad de Todos los Santos. Nuestro destino, una vez atravesados con y por la gracia de Dios los caminos de la santidad, es el cielo, la vida para siempre. Y su inexcusable puerta es la desaparición física y terrena, la muerte.

3.- La muerte es, sin duda, alguna la realidad más dolorosa, más misteriosa y, a la vez, más insoslayable de la condición humana. Como afirmara un célebre filósofo alemán del siglo XX, “el hombre es un ser para la muerte”.  En la antigüedad clásica, los epicúreos habían acuñado otra frase similar: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.

4.- Sin embargo, desde la fe cristiana, el fatalismo y pesimismo de esta afirmación existencialista y real del filósofo Martin Heidegger y de la máxima epicúrea, se iluminan y se llenan de sentido. Dios, al encarnarse en Jesucristo, no sólo ha asumido la muerte como etapa necesaria de la existencia humana, sino que la ha transcendido, la ha vencido. Ha dado la respuesta que esperaban y siguen esperando los siglos y la humanidad entera a la nuestra condición pasajera y caduca.
La muerte es dolorosa, sí, pero ya no es final del camino. No vivimos para morir, sino que la muerte es la llave de la vida eterna, el clamor más profundo y definitivo del hombre de todas las épocas, que lleva en lo más profundo de su corazón el anhelo de la inmortalidad.

5.- En el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento, encontramos la luz y la respuesta a la muerte. Como el testimonio mismo de Jesucristo, muerto y resucitado por y para nosotros. Como el testimonio de los milagros que Jesús hizo devolviendo a la vida a algunas personas.

6.- Las vidas de los santos –de todos los santos: los conocidos y los anónimos, nuestros santos de los altares y del pueblo- y su presencia tan viva y tan real entre nosotros, a pesar de haber fallecido, corroboran este dogma central del cristianismo que es la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro, a imagen de Jesucristo, muerto y resucitado.

7.- Por ello, el día de los Difuntos es ocasión para reflexionar sobre la vida, para hallar, siquiera en el corazón, su verdadera sabiduría y sentido, que son la sabiduría y el sentido del Dios que nos ama y nos salva y cuya gloria es la Vida del hombre.

8.- El día de los Difuntos es igualmente tiempo para recordar –volver a traer al corazón- la memoria de los difuntos de cada uno, de cada persona, de cada familia, y para dar gracias a Dios por ellos. Así comprobaremos cómo todavía viven, de algún modo, en nosotros mismos; para comprobar, que somos lo que somos gracias, en alguna medida, a ellos; que ellos interceden desde el cielo  por nosotros y cómo tienen aún tanto que enseñarnos y ayudarnos.

9.- Por eso también, el día de los Difuntos es ocasión asimismo para rezar por difuntos. Escribía hace más de medio siglo el Papa Pío XII: “OH misterio insondable que la salvación de unos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de otros”. La Palabra de Dios, ya desde el Antiguo Testamento, nos recuerda que “es bueno y necesario rezar por los difuntos para que encuentren su descanso eterno”.

10.- El día de los Difuntos es además una nueva y plástica catequesis sobre los llamados “novísimos”: muerte, juicio y eternidad. Nos recuerda el estadio intermedio a la gloria, al cielo: el purgatorio, y la necesidad de rezar por nuestros hermanos (“las ánimas del purgatorio”) allí presentes para que pronto purguen sus deficiencias y pasan al gozo eterno de la visión de Dios.
Meses antes de fallecer, en junio de 1991, ya muy visitado por la hermana enfermedad, el periodista, sacerdote, escritor y poeta José Luis Martín Descalzo, escribió, con jirones de su propio cuerpo y de su propia alma, estos versos bellísimos y tan cristianos sobre la muerte:

“Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas,
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz , la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura”.

 Jesús de las Heras Muela (Director de ECCLESIA y de ECCLESIA DIGITAL)
(tomado de http://amarajesucristo.blogspot.com.es/)

A estos hermanos en la fe, le debemos todos los méritos de esta noticia.

Con relación a Todos los Santos...

En estos días se insiste ne lo pernicioso que es la fiesta pagana de Halloween, importada de los Estados Unidos pero ampliamente aceptada como un carnaval más en la vida de las gentes...  y así se oye y se dice "no al Halloween, pues creo no en el Señor de los muertos sino en el Señor de la Vida", como en la foto de abajo....


y si en vez de decir NO, decimos: Sí...

SÍ a Dios de Vivos
Sí a Dios Santo en sus Santos
Sí a Dios que purifica a sus fieles que han muerto en Él....



Cuando no entendemos a Cristo Bien, adoramos a las bestias o a una caricatura del Señor Jesús, Santo tres veces Santo e Inagotable en sus Santos....


Os ofrezco estas oraciones para el día de los Santos... que por cierto es Solemnidad en la liturgia de la Iglesia y se nos manda celebrarla juntos los cristianos...

"Señor, Dios mío, ayúdame a ser santo.

Santo sin premio,
Santo para no ofenderte,
Santo para servir mejor a los demás.
Señor, en el día de hoy,
que recordamos y celebramos la memoria de todos los Santos,
ayúdame a acercarme más a Ti.
A ellos les ruego que pidan al Espíritu,
me conceda los dones necesarios para ser mejor.
No porque yo merezca algo,
Sino para que mi alabanza llegue a Ti, más plena.
Señor, Perdóname,
Por mis faltas y pecados,
Por todo lo que podía haber hecho y no hice,
Por todo lo que podía haber servido y no serví,
Por todo lo que he desaprovechado.
Dame tu Bendición para que el resto de mi vida,
Te sea Fiel y Caritativo,
Luz Tuya y Servidor de Todos,
según Tú me pidas en cada momento.
Gracias Señor por Tu Misericordia conmigo.
Amén"




¿SANTO? ¿ES POSIBLE?
Marchasteis por la vida, orientados por la estrella de la fe
y, cuando en medio de tempestades,
 la barca de vuestra vida era zarandeada
Dios siempre salió a vuestro encuentro,
como la madre lo hace con su hijo en cada amanecer.
¡Sois santos!
No sabemos exactamente cómo, en donde… ni cuando
Algunos sois familiares, cercanos e incluso
os ponemos figura, semblante y hasta canciones
Pero, a la gran mayoría,
os elevamos en ese inmenso altar
que no conoce más techo que el cielo
Os tallamos en ese descomunal retablo
que, sólo Dios, es capaz de esculpir con su mano.
¡Sois santos!
Y, ello, nos empuja en el sendero de nuestra existencia
a intentar conquistar las mismas metas que, en vosotros,
fueron motor y definición de vuestro vivir y sufrir.
¿Sois santos?
¿Cuántos? ¿Cómo? ¿De qué manera?
No preguntemos tanto
La santidad se talla con el cincel que cada día nos ofrece la vida
¿Cuántos?
Sólo interesa a Aquel que los forja: Dios
¿De qué manera?
¡Qué gran torno y fábrica de santos las bienaventuranzas!
Demos gracias a Dios.
Nos ha dejado una hoja de ruta para llegar hasta el final
Ocho puntos, que son como ocho soles para iluminar la santidad
Ocho jugadas para hacerlo en limpio,
frente al intento de hacerlo a traición.
Ocho consejos necios para el mundo, pero sabios para el Señor
Ocho caminos que son servir a la grandeza de Dios: el amor
¿Santos? ¿Es posible hoy? ¡Claro que sí!
Dicen que, el salmón, es tan rico porque nada contracorriente
Por ello mismo, los santos, son tan enriquecedores
para nuestra iglesia y para nuestra fe
Supieron decir “no” donde el mal decía “sí”
Tuvieron agallas de señalar un “sí” donde el maligno gritaba “no”
Ahora, no puede ser de otra manera,
en el cielo destellan multitud de los nuestros
por Toda una vida de fe, de confianza y de amor
¿Seremos capaces de aspirarlo nosotros?

(Javier Leoz, http://www.betania.es/)

Patriarcas que fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte,
rogad por nosotros.

Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas,
rogad por nosotros.

Almas cándidas, Santos Inocentes
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado,
rogad por nosotros.

Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario
rogad por nosotros.

Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que os dio fortaleza en los combates,
rogad por nosotros.

Vírgenes semejantes a azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura,
rogad por nosotros.

Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas,
rogad por nosotros.
Doctores cuyas palmas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro,
al que es raudal de ciencia inextinguible,
rogad por nosotros.

Soldados del ejército de Cristo,
Santas y Santos todos,
rogad que perdone nuestras culpas
a Aquel que vive y reina entre vosotros.
Amén
Autor: Gustavo Adolfo Béquer


Oración a Todos los Santos

Oh Dios, te proclamamos
el único admirable y el solo
Santo entre Todos los Santos.

Nos alegramos de celebrar
en este día la solemnidad
de Todos los Santos.

Ellos te ven cara a cara,
gozan de tu belleza y gloria,
y oran por nosotros,
peregrinos hacia el Cielo.

Concédenos por esa multitud
de intercesores caminar
alegres y guiados por la fe,
hacia la Jerusalén del Cielo,
donde ellos con su ejemplo
alimentan nuestra esperanza
e interceden por nosotros.

En la misa de Inicio de Curso de PS


"Con esta Eucaristía de inicio de Curso, que se eligió en las Vísperas de la Solemnidad del Custodio de Córdoba, y que tuvo lugar en el Hospital de San Juan de Dios, quería ser un acción de gracias triple: ante todo, por Cristo Jesús que en el Año de la Fe nos confirma que Él es la Medicina Verdadera que cura al Hombre herido, maltratado y sin esperanzas. Los Agentes de la Pastoral de la Salud quieren, en este sentido, ayudar a la cura, al cuidado y a dar consuelo de todo hombre y mujer que lo necesite. Ya desde este primer momento, la Pastoral de la Salud de Córdoba quiere hacer vivo y dar vida al lema de este año, 2013/14, "Fe y Caridad" "...también vosotros debéis dar la vida por los hermanos"  (1 Jn 3,16). Y no es posible entregarse a dar la vida en el mundo de la salud y del sufrimiento si no lo hacemos según el estilo de Señor Jesús, en esa manera suya de hacerse cercano y de cuidar a los que iba encontrando por el camino. 

Un segundo motivo, nos lo daba la Casa donde se celebró: La capilla preciosa de los Hermanos de la Orden Hospitalaria, donde están los restos mortales del Hno. Bonifacio, un apostol de la Caridad en la historia reciente de Córdoba, y donde la presencia espiritual del San Juan de Dios, y de sus santos hermanos, entre ellos San Juan Grande y san Benito Menni, nos apremian a no dejar "de hacer el bien para nuestro Bien". En los santos de la Caridad, la agentes de la pastoral de la Salud (Capellanes, religiosos y seglares)  encuentra un ejemplo vivo y cercano de atención a Cristo que padece en la carne de los hombres, como nos lo recuerda el Papa Francisco. 

El tercer motivo es sencillo: San Rafael, Medicina de Dios o Dios Cura, es nuestro más fiel aliado junto a la Santísima Virgen de la Salud y Consuelo, en este batallar por curar, cuidar y consolar a los hombres. No en vano, cuentan los biografos de San Juan de Dios que el propio Santo recibió la ayuda de San Rafael Arcángel en una ocasión en que por la noche salió a cuidar a un enfermo echándoselo sobre sus espaldas. Por estas razones, nos disponemos a servir a Cristo y su Iglesia en los enfermos y en los que los cuidan, pues son el "tesoro de la Iglesia", como gustaba llamarlos el Beato Juan Pablo II. " 




domingo, 20 de octubre de 2013

Bendición de la titular...



Os dejo un pequeño vídeo para que los disfrutéis de la bendición de la Imagen de la Titular de la Parroquia, pulsa el enlace y disfrútalo....  

Domund, Misiones, Año de la Fe, ... el Pueblo Macua....y un Comboniano: Pablo



La tarde noche del viernes, pudimos compartir en nuestra Parroquia la experiencia del Hno. Pablo, Misionero Comboniano, de origen cordobés, que durante algunos años ha trabajado con el pueblo Macua de Mozambique, el principal grupo étnico al Norte de ese país.


La visita del Hno. Pablo se enmarca en las ya habituales que, con motivo de la celebración del DOMUND, organiza la Delegación diocesana de Misiones, para que las Parroquias y toda la Diócesis puedan conocer de primera mano a los misioneros cordobeses y su trabajo anunciando el Evangelio y ayudando a los más necesitados en las tierras de misión ad gentes. No solo con los más mayores de la Parroquia se vió este misionero, si no también con nuestros pequeños y jóvenes de catequesis de precomunión, comunión, y postcomunión, en la mañana del domingo.

Nos queda de su visita el testimonio de una vocación entregada a llevar y anunciar el Evangelio a quiénes no lo conocen, enseñando la Fe de la Iglesia y repartiendo la Caridad con los hermanos más desfavorecidos, intentando mejorar su educación, sanidad y acompañándolos en su búsqueda de una vida mejor. Que nos sirva de estímulo para que sigamos trabajando en nuestra Misión, y ayudando a los hermanos en la suya, por lejos que estén.

¡Muchas gracias, Pablo!

Unas fotos de la Santa Titular del Barrio de Azahara

Como posiblemente queráis tener algunas fotos de la Santa, ayer pasó por el Estudio de un afamado fotógrafo y se dejó conquistar por la Cámara... algunas de las fotos son las siguientes:

Para bajárselas, pulsar el botón derecho del ratón y guardar como....

Esposa Amada de Jesús, Víctima del amor Puro, que deseando ser toda de tu amado, abandonaste la Corte de España, cubriendo tu rostro durante 30 años para que nadie viera lo que solo Jesús debía ver....


Esposa muy amante, Flor de celestial pureza, que se te apareció nuestro Padre San Francisco y San Antonio para comunicarte que serías madre de muchas hijas.... 


Muy amable Madre Beatriz, cuya confianza en Dios no tuvo límites,
hasta el punto  de que por ella, conseguiste grandes milagros
como la bula que naufragó y apareció en el cofre de tu recamára





Imagen de Santa Beatriz de Silva
que se venera en la Iglesia del Parque Azahara

Foto de Santa Beatriz de Silva,
por Juan Diego Recio Moreno

Poderosa abogada y madre nuestra cuya alma candorosa comenzó a despedir resplandores de gloria aun antes de salir de este mundo, fijándose en tu frente un bellísimo lucero que ilumino la estancia en que exhalabas tu último aliento, deslumbrando a cuantos tuvieron la dicha de presenciar aquellos felices momentos. Madre Querida, te rogamos nos alcances la dicha de la felicidad eterna, nos bendigas y pongas bajo el manto de la inmaculada en el tiempo y en la eternidad. Amén


Bendición de nuestra Santa...

NOVENA A

SANTA BEATRIZ DE SILVA
Fundadora de la Orden
Concepcionista
Protectora de la
juventud y de la santa pureza


“Señor mío Jesucristo”.

¡Oh! Virgen Beatriz, 
fragante azucena de María Inmaculada, 
alcánzame que, 
celebrando tus excelsas virtudes, 
honre también el preclaro misterio 
de la Purísima Concepción
de María, del cual fuiste amante acrisolada 
y consiga por tu intercesión 
el favor que pido. Amén.


Padrenuestro,
Avemaría y gloria. 

(Pídase la gracia).

Antífona. Me he consumido de celo en defensa del honor  de mi Madre Inmaculada, y Ella me ha librado de todas las tribulaciones.

V.  Ruega por nosotros Santa Beatriz.
R.  Para que seamos dignos de las promesas de Jesucristo.

ORACIÓN
  
Oh Dios, que hiciste resplandecer a la virgen santa Beatriz por su altísima contemplación y la adornaste con una devoción singular para con la Virgen María en el misterio de su Concepción Inmaculada: concédenos que, a ejemplo suyo, busquemos en la tierra la verdadera sabiduría, y lleguemos a contemplar en el cielo tu belleza y tu sublimidad. Por nuestro Señor Jesucristo.

sábado, 19 de octubre de 2013

El Año de la Fe... y los de Post-comunión....

Este grupo no deja de sorprender, cuando se dedicaron a hacer nos un teatro obre la fe y nos hicieron cantar en latín eso de "aumentanos la fe, Señor" y ahora,... trabajando, trabajando, han hecho una cruz con el Credo en su interior...

Os dejamos ambas fotos... para disfrute de la buena gente.



 

Ya queda menos para bendecir y venerar a nuestra Santa Beatriz de Silva....


Os dejamos una foto de Santa Beatriz y un video que tiene el himno moderno a nuestra Santa Titular....




El video lo tenemos aquí, pulsa y disfruta....

También os dejamos el himno más antiguo de la Santa:


Letra: Fr Daniel Elcid OFM – Fr Manuel Mola OFM

Cantamos, hermanas,
cantemos la gloria
de la Madre Beatriz,
y, siguiendo sus huellas
caminemos de este destierro
a la mansión feliz
y, siguiendo sus huellas,
caminemos de este destierro
a la mansión feliz.


Estrofas:

Ella nos fue marcando un fiel sendero
con su amor a la Virgen sin mancilla;
y fue una rara maravilla
la perfección de su virtud.

Ella no fue marcando fiel sendero,
sobre su frente bella
lució una rutilante estrella,
para guiarnos con su luz
para guiarnos con su luz.

Ella nos fue marcando un fiel sendero
con su amor a la Virgen sin mancilla;
y fue una rara maravilla
la perfección de su virtud.

Ella no fue marcando un fiel sendero,
y al expirar, sobre su frente bella
lució una rutilante estrella
para guiarnos con su luz,
guiarnos con su luz.


María, Francisco y el Año de la Fe

Aprovechando la oportunidad que nos dan los hermanos de NEWS.VA os ofrecemos esta preciosa oración que el Papa Francisco le dice a MAría, nuestra Madre y Señora en este año de la fe.

Está tomado de la dirección siguiente, y como siempre, de ellos son los méritos.
 http://www.news.va/es/news/oracion-mariana-con-ocasion-del-ano-de-la-fe-12-de




 En este encuentro del Año de la fe dedicado a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Su imagen, traída desde Fátima, nos ayuda a sentir su presencia entre nosotros. Hay una realidad: María siempre nos lleva a Jesús. Es una mujer de fe, una verdadera creyente. Podemos preguntarnos: ¿Cómo es la fe de María?

1. El primer elemento de su fe es éste: La fe de María desata el nudo del pecado (cf. Conc. Ecum. Vat II, Const. dogm., Lumen gentium, 56). ¿Qué significa esto? Los Padres conciliares han tomado una expresión de san Ireneo que dice así: «El nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe, lo desató la Virgen María por su fe» (Adversus Haereses, III, 22, 4).
El «nudo» de la desobediencia, el «nudo» de la incredulidad. Cuando un niño desobedece a su madre o a su padre, podríamos decir que se forma un pequeño «nudo». Esto sucede si el niño actúa dándose cuenta de lo que hace, especialmente si hay de por medio una mentira; en ese momento no se fía de la mamá o del papá. Ustedes saben cuántas veces pasa esto. Entonces, la relación con los padres necesita ser limpiada de esta falta y, de hecho, se pide perdón para que haya de nuevo armonía y confianza. Algo parecido ocurre en nuestras relaciones con Dios. Cuando no lo escuchamos, no seguimos su voluntad, cometemos actos concretos en los que mostramos falta de confianza en él – y esto es pecado –, se forma como un nudo en nuestra interioridad. Y estos nudos nos quitan la paz y la serenidad. Son peligrosos, porque varios nudos pueden convertirse en una madeja, que siempre es más doloroso y más difícil de deshacer.
Pero para la misericordia de Dios – lo sabemos – nada es imposible. Hasta los nudos más enredados se deshacen con su gracia. Y María, que con su «sí» ha abierto la puerta a Dios para deshacer el nudo de la antigua desobediencia, es la madre que con paciencia y ternura nos lleva a Dios, para que él desate los nudos de nuestra alma con su misericordia de Padre. Todos nosotros tenemos alguno, y podemos preguntarnos en nuestro corazón: ¿Cuáles son los nudos que hay en mi vida? «Padre, los míos no se puede desatar». Pero eso es un error. Todos los nudos del corazón, todos los nudos de la conciencia se pueden deshacer. ¿Pido a María que me ayude a tener confianza en la misericordia de Dios para deshacerlos, para cambiar? Ella, mujer de fe, sin duda nos dirá: «Vete adelante, ve donde el Señor: Él comprende». Y ella nos lleva de la mano, Madre, Madre, hacia el abrazo del Padre, del Padre de la misericordia.

2. Segundo elemento: la de fe de María da carne humana a Jesús. Dice el Concilio: «Por su fe y obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (Const. dogm., Lumen gentium, 63). Este es un punto sobre el que los Padres de la Iglesia han insistido mucho: María ha concebido a Jesús en la fe, y después en la carne, cuando ha dicho «sí» al anuncio que Dios le ha dirigido mediante el ángel. ¿Qué quiere decir esto? Que Dios no ha querido hacerse hombre ignorando nuestra libertad, ha querido pasar a través del libre consentimiento de María, a través de su «sí». Le ha preguntado: «¿Estás dispuesta a esto? Y ella ha dicho: «sí».
Pero lo que ha ocurrido en la Virgen Madre de manera única, también nos sucede a nosotros en el plano espiritual cuando acogemos la Palabra de Dios con corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica. Es como si Dios adquiriera carne en nosotros. Él viene a habitar en nosotros, porque toma morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra. No es fácil entender esto, pero, sí, es fácil sentirlo en el corazón.
¿Pensamos que la encarnación de Jesús es sólo algo del pasado, que no nos concierne personalmente? Creer en Jesús significa ofrecerle nuestra carne, con la humildad y el valor de María, para que él pueda seguir habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro de los hermanos; nuestros brazos para sostener a quien es débil y para trabajar en la viña del Señor; nuestra mente para pensar y hacer proyectos a la luz del Evangelio; y, sobre todo, nuestro corazón para amar y tomar decisiones según la voluntad de Dios. Todo esto acontece gracias a la acción del Espíritu Santo. Y, así, somos los instrumentos de Dios para que Jesús actúe en el mundo a través de nosotros.

3. Y el último elemento es la fe de María como camino: El Concilio afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe» (ibíd., 58). Por eso ella nos precede en esta peregrinación, nos acompaña, nos sostiene.
¿En qué sentido la fe de María ha sido un camino? En el sentido de que toda su vida fue un seguir a su Hijo: él –Jesús– es la vía, él es el camino. Progresar en la fe, avanzar en esta peregrinación espiritual que es la fe, no es sino seguir a Jesús; escucharlo, y dejarse guiar por sus palabras; ver cómo se comporta él y poner nuestros pies en sus huellas, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y, ¿cuáles son los sentimientos y actitudes de Jesús?: Humildad, misericordia, cercanía, pero también un firme rechazo de la hipocresía, de la doblez, de la idolatría. La vía de Jesús es la del amor fiel hasta el final, hasta el sacrificio de la vida; es la vía de la cruz. Por eso, el camino de la fe pasa a través de la cruz, y María lo entendió desde el principio, cuando Herodes quiso matar a Jesús recién nacido. Pero después, esta cruz se hizo más pesada, cuando Jesús fue rechazado: María siempre estaba con Jesús, seguía a Jesús mezclada con el pueblo, y oía sus chácharas, la odiosidad de aquellos que no querían a Jesús. Y esta cruz, ella la ha llevado. La fe de María afrontó entonces la incomprensión y el desprecio. Cuando llegó la «hora» de Jesús, esto es, la hora de la pasión, la fe de María fue entonces la lamparilla encendida en la noche, esa lamparilla en plena noche. María veló durante la noche del sábado santo. Su llama, pequeña pero clara, estuvo encendida hasta el alba de la Resurrección; y cuando le llegó la noticia de que el sepulcro estaba vacío, su corazón quedó henchido de la alegría de la fe, la fe cristiana en la muerte y resurrección de Jesucristo. Porque la fe siempre nos lleva a la alegría, y ella es la Madre de la alegría. Que ella nos enseñe a caminar por este camino de la alegría y a vivir esta alegría. Este es el punto culminante –esta alegría, este encuentro entre Jesús y María–, pero imaginemos cómo fue... Este encuentro es el punto culminante del camino de la fe de María y de toda la Iglesia. ¿Cómo es nuestra fe? ¿La tenemos encendida, como María, también en los momentos difíciles, los momentos de oscuridad? ¿He sentido la alegría de la fe?


Esta tarde, Madre, te damos gracias por tu fe de mujer fuerte y humilde; y renovamos nuestra entrega a ti, Madre de nuestra fe. Amén.

domingo, 13 de octubre de 2013

El CREDO Explicado con las Palabras del Catecismo de la Iglesia Católica (4ª parte)

Las Postrimerías





“La resurrección de la carne”: “Carne” debido a la condición de debilidad y de mortalidad del hombre. Después de la muerte no solo el alma inmortal vive, sino también nuestros “cuerpos mortales” volverán a tener vida. “Si se anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos no resucitan? ¡Si no hay resurrección, Cristo no resucitó! Y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron.” (1 Co 15, 12-14.20). Resucitaremos como Él, con Él, por Él… “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25).

            Pero… ¿Qué es resucitar? En la muerte se sufre la separación del alma, que va al encuentro con Dios, y del cuerpo, que cae en la corrupción. Pero Dios en su omnipotencia le dará al cuerpo definitivamente la vida incorruptible, uniéndolo a nuestra alma. Se siembra un cuerpo corruptible, se resucita uno incorruptible, que será nuestro propio cuerpo, pero transfigurado en cuerpo de gloria, en cuerpo espiritual (Véase 1 Co 15,35-37.42.53).
¿Y quiénes resucitan? Todos los que murieron: “Los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, los que hayan hecho el mal, para la condenación” (Jn 5,24).
¿Y cuándo resucitan? En el último día, al final de los tiempos: “A la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del cielo. Entonces primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos.”(1 Ts 4,16-17)

“La vida eterna”: El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús, ve la muerte como una ida hacia Él, una entrada en la vida eterna. La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo.
Juicio particular: Al morir, nuestra alma inmortal recibe su retribución eterna en el juicio particular, por Cristo, Juez de vivos y muertos. Esta retribución eterna puede ser a una purificación, al cielo o al infierno.

            Cielo: Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. El cielo es la vida perfecta con la Santísima Trinidad, es la comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, con los ángeles y todos los bienaventurados. Es el estado supremo y definitivo de dicha. Allí está la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Cristo. Esta visión sobrepasa toda comprensión y representación: en la Escritura se nos presenta como vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso… formas simbólicas que nos hacen imaginarlo. En el cielo gozaremos de esa contemplación de Dios en su gloria celestial, que es lo que conocemos como “visión beatífica”.

       Purificación final o purgatorio: Quienes mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque su salvación eterna esté asegurada, sufren de una purificación para obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. El concepto de purificación, surge a raíz de las palabras de nuestro Señor: “la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada… ni en este mundo ni en el futuro” (Mt 12,31-32). De esto se deduce que algunas faltas pueden ser perdonadas acá, en este siglo, y otras en el siglo futuro. La Iglesia nos recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos.

      Infierno: Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, es permanecer separados de Él por propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva es lo que se denomina como “infierno”. “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino, y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3,14-15). Vamos a estar separados de Cristo si no socorremos a nuestros hermanos (véase Mt 25). Jesús nos representa el infierno como la “Gehenna” (lugar donde se ofrecían víctimas humanas al dios Moloc) o “fuego que nunca se apaga”, lugar reservado a quienes, hasta el fin, rehúsan creer y convertirse. El Nuevo Testamento nos dice que el mismo Jesús “Enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13,11-12) y pronunciará la condenación: “Alejaos de mí, malditos al fuego eterno”(Mt 25,41). La pena principal del infierno es la separación de Dios, en quien solo podemos tener vida y felicidad. Tanto las Escrituras como la enseñanza de la Iglesia nombran al infierno como un llamamiento a la responsabilidad, en cuanto a la libertad de cada uno con el destino eterno.

      

      Juicio final: Antes que este Juicio, será la resurrección de todos los muertos. Entonces Cristo vendrá “en su gloria acompañado de todos sus ángeles… Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda… E irán éstas a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.” (Mt 25,31.32.46). En el Juicio Final se pondrá frente a Cristo al desnudo la verdad de la relación de cada uno con Dios. Revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. Este Juicio será cuando venga Cristo glorioso, solo el Padre sabe el día y la hora. Conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación, la economía de la salvación, y cómo obraron los caminos de la Providencia, por donde las cosas llegan a su fin último.

      Cielos nuevos y tierra nueva: Luego del Juicio Final, vendrá la renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo. Será la realización definitiva del designio de Dios, de “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”(Ef 1,10). Los que estén unidos a Cristo, formarán parte de la comunidad de los rescatados, de la “Ciudad Santa de Dios” (Ap 21,2), de “la Esposa del Cordero” (Ap 21,9). No habrá más heridas dejadas por el pecado, por las manchas, por el amor propio. Dios será “todo en todos” (1 Co 15,28) en la vida eterna. 


“Amén”: esta palabra, en hebreo, tiene la misma raíz que “creer”, y esa raíz expresa la solidez, la fiabilidad y la fidelidad. En el Antiguo Testamento, se lo llama a Dios como “Dios del Amén” (Is 65,16), es decir, el Dios fiel a sus promesas. En el Credo, confirma su primer palabra: “Creo”. Creer es decir “Amén” a las palabras, promesas, mandamientos de Dios, es fiarse totalmente de Él. Cristo es el “Amén”(Ap 3,14). Es el “Amén” definitivo del amor del Padre hacia nosotros. Asume y completa nuestro “Amén” al Padre. “Todas las promesas hechas por Dios han tenido su ‘si’ en él. Y por eso decimos por él ‘Amén’ a la gloria de Dios” (2 Co 1,20).

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El credo Explicado con las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica (3 parte)

Creo en el Espíritu Divino


“Creo en el Espíritu Santo”: San Pablo dice, de forma clara: “Nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’ sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12,3). El conocimiento de la fe nos viene por el Espíritu Santo, y en el Bautismo se nos da la gracia, por Jesús en el Espíritu Santo, del nuevo nacimiento en el Padre. Los portadores del Espíritu Santo somos conducidos al Verbo, Quien a su vez nos presenta al Padre, que finalmente nos concede la incorruptibilidad. Es evidente la unión inquebrantable e íntima de las Tres Personas de la Santísima Trinidad. En cuanto a sus revelaciones a lo largo de la historia, San Gregorio Nacianceno dice que en el Antiguo Testamento, se nos proclama el Padre de forma clara, y al Hijo oscuramente; en el Nuevo Testamento se revela al Hijo, y se hace entrever el Espíritu Santo; ahora, es el Espíritu Santo el que adquiere el derecho de ciudadanía entre nosotros. No era prudente proclamar abiertamente la divinidad del Hijo cuando aún no se confesaba la del Padre, al igual que la del Espíritu Santo con la del Hijo. Es decir, que por avances y progresos “de gloria en gloria”, la luz de la Trinidad estalla en resplandores más espléndidos.

“Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co 2,11). Quien habló por los profetas hace oír la Palabra del Padre, no habla de sí mismo. Y es por este ocultamiento que “El mundo no puede recibirle porque no lo ve ni lo conoce” (Jn 14,17). Pero sí lo conocen los que creen en Cristo, porque él mora en ellos.

El Espíritu Santo nos viene en las Escrituras, Él las inspiró; en la Tradición, los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales; en el Magisterio de la Iglesia, Él lo asiste; en la liturgia sacramental, Él nos pone en comunión con Cristo; en la oración, intercede por nosotros; en el testimonio de los santos; en los carismas y ministerios que se edifica la Iglesia; en los signos de la vida apostólica.
Veamos los símbolos del Espíritu Santo:

Agua: en el Bautismo. En nuestro primer nacimiento nos gestamos en el agua, y en el nacimiento a la vida nueva, por medio del agua se nos da el Espíritu Santo.

Unción: óleo. En la confirmación. El Mesías (que significa Ungido) y la Unción misma, que es el Espíritu Santo.
Fuego: es la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El Espíritu Santo bajó bajo el aspecto de “lenguas como de fuego” (Hch 2,3)
Nube y luz: a la Virgen el Ángel le dijo: “el Poder del Altísimo te cubrirá con su sumbra”; en la Transfiguración: “vino en una nube y cubrió con su sumbra”; en la Ascensión: una nube “ocultó a Jesús a los ojos” de los discípulos.
Sello: es cercano a la unción. Es Cristo a quien “Dios ha marcado con su sello” (Jn 6,27)
Mano: Jesús bendice a los niños y cura a los enfermos, mediante la imposición de las manos.
Dedo“Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios” (Lc 11,20). La Ley de Dios se nos dice que fue “escrita por el dedo de Dios” (Ex 31,18).
Paloma: En el final del diluvio universal (que es símbolo del bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama en el pico, indicando que la tierra está habilitada; también luego del bautismo de Jesús, el Espíritu Santo viene como una paloma y baja y posa sobre él.


“Creo en la Santa Iglesia Católica”: La Iglesia es el “lugar donde florece el Espíritu” (San Hipólito de Roma). Es el Espíritu Santo quien dota de santidad a la Iglesia, Cristo se entregó por ella para santificarla, y la unió a sí mismo como su propio cuerpo. La Iglesia es el Pueblo santo de Dios, y sus miembros son llamados santos. Es Católica (que significa “universal” en el sentido “según la totalidad” o “según la integridad”) porque Cristo está presente en ella y porque ha sido enviada por Cristo a la totalidad del género humano.
El término Iglesia significa “convocación”, es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero y en comunidades locales, como asamblea litúrgica (eucarística sobre todo). Está prefigurada desde el origen del mundo, fue preparada en la historia de Israel y de la Antigua Alianza, se constituyó en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y llegará a su plenitud al final de los tiempos.

                  La Iglesia es la finalidad de todas las cosas: “Así como la voluntad de Dios es un acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia” (Clemente de Alejandría). La reunión de la Iglesia es la reacción de Dios por el caos provocado por el pecado, que destruyó la comunión de los hombres con Dios y entre sí.
La Iglesia fue instituida por Cristo, desde el anuncio de la Buena Noticia, que es la llegada del Reino de Dios, cual promesa en las Escrituras. Jesús los reúne en torno suyo, enseñándoles la manera de obrar y con oración propia (Bienaventuranzas, Padre Nuestro…), les da una estructura, citando a los Doce, a ejemplo de las 12 tribus de Israel, con el significado que son cimientos de la nueva Jerusalén, poniendo como cima a Pedro, sobre quien edificará la Iglesia. Pero es sobre todo en la Cruz (y anticipadamente en la institución de la Eucaristía) donde y cuando tiene comienzo la Iglesia, porque es en el momento que la lanza atraviesa el costado de Cristo, del cual brotó sangre y agua, cuando nace el sacramento admirable de la Iglesia.

La Iglesia es manifestada por el Espíritu Santo, ya desde un comienzo evangelizando, cuando se proponía la “convocación” de todos los hombres a la salvación. Nace la Iglesia misionera, que peregrina hasta el fin, y que llegará a su perfección en la gloria del cielo, cuando Cristo venga en su cuerpo glorioso.
La Iglesia es visible y espiritual, es una sociedad jerárquica y es también el Cuerpo místico de Cristo.


“la comunión de los santos”: Es la misma Iglesia. Formamos un solo cuerpo donde el bien de unos se comunica a otros, es decir, que existe una comunión de bienes dentro de la Iglesia, donde Cristo, que es la cabeza, comunica sus bienes a todos por medio de los sacramentos. Nos gobierna un mismo Espíritu, y todos los bienes recibidos de la Iglesia forman un fondo común.
La comunión en la fe: la fe nuestra es la fe de la Iglesia que viene de los apóstoles, y se enriquece en la medida que se comparte.

           La comunión de los sacramentos: los frutos de los sacramentos pertenecen a todos, porque son vínculos sagrados que nos unen a todos y nos ligan a Jesús, por eso es una comunión, porque nos unen a Dios, sobre todo en la Eucaristía, que lleva esta comunión a su culminación.
La comunión de los carismas: El Espíritu Santo reparte las gracias espirituales para la edificación de la Iglesia: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común.” (1 Co 12,7). 
“Todo lo tenían en común” (Hch 4,32): Todo lo que poseemos es para bien común con los demás, y debemos estar dispuestos para socorrer al necesitado y a la miseria del prójimo. El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (Véase Lc 16,1 y sigs.)

           La comunión de la caridad: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14,7). “La caridad no busca su interés” (1 Co 13,5). Todo pecado daña esta comunión, y el menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos… ya estén vivos o muertos: en los 3 estados de la Iglesia (peregrinos en la tierra; ya difuntos y purificándose; ya glorificados), todos participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo, y cantamos el mismo himno de alabanza a Dios. Todos los que son de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en Él. No se interrumpe la unión, al contrario, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales. Los santos interceden por nosotros, ya que están más íntimamente unidos con Cristo, y consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad: presentan por medio de Cristo los méritos que adquirieron en tierra. Decían dos grandes santos: “No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida” (Santo Domingo);“Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra” (Santa Teresita).

            La comunión con los santos no es solo tomarlos como modelos nuestros, sino que nos unen a Cristo. En cuanto a la comunión con los difuntos, nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino hacer eficaz su intercesión a favor nuestro.
La comunión de los santos tiene dos significados, la comunión en las cosas santas (viene de “sancta”) y la comunión entre las personas santas (de “sancti”).

“El perdón de los pecados”: Al dar el Espíritu Santo, Jesús dio el poder divino de perdonar los pecados: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen y retenidos a quienes se los retengan.” (Jn 20,22-23).

El Bautismo es el primero y principal de los sacramentos del perdón de los pecados, porque nos une a Cristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, para que “vivamos también una vida nueva” (Rm 6,4). En el Bautismo el perdón recibido es pleno y completo, no queda nada por borrar, aunque no nos libra de las debilidades de la propia naturaleza.
Pero el Bautismo no es el único medio para perdonar, era necesario que la Iglesia fuera capaz de perdonar a todos, incluso hasta en el último momento de vida… es por eso que existe el sacramento de la Confesión, para que los ya bautizados puedan recibir el perdón. Y esto se logra, porque la Iglesia recibió las llaves del Reino de los Cielos, para que se realice en ella la remisión de los pecados, por la sangre de Cristo y por la acción del Espíritu Santo. No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar.

Dice San Juan Crisóstomo: “Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni arcángeles… Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo”.
Dice San Agustín: “Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don”.



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